domingo, 13 de noviembre de 2016

Robin y su verga negra

Había muchos chicos esperando a tener su lugar y poder vaciar lo que su hombre le hubiera dejado en su culo.

Querido, después de tu sugerencia no podía dejar de pensar en satisfacer tus deseos, y los míos por supuesto.
Tenía clavada en mi cabeza su imagen en las duchas del pasado domingo, del cuerpo poderoso y varonil y la negra manguera que se movía colgando entre sus piernas acompañadas de los gordos testículos de toro.

Y lo sucedido el miércoles, cuando se la enjabonaba frotando con la mano entre sus huevos, contrastando la blanca espuma del gel con la negrísima y brillante negrura de su piel.
Recuerdas como se encontraba de excitado y su confesión, que no le importaría el tipo de agujero a rellenar, y el mío era el más cercano que tenía, aunque no fue tan directo para expresar sus deseos.

Si no hubiera aparecido aquel inoportuno usuario del gym, que le obligó a girarse hacia la pared para ocultar su tremenda erección, y abrir el agua fría para bajar lo que la naturaleza quería empinado.
¿Qué pudo haber pasado? Seguramente nada, ¿o me hubiera atrevido a tocársela? Tan solo eso, sentir el monstruo palpitando en mis manos, que me hubiera dejado con más ganas.

No era el lugar adecuado.
Ya te he hablado de mi deseo por tenerla desde aquel mágico momento.
Y son eso, deseos de los que tantas veces nos dejamos tentar y que se quedan ahí, apaciguados en nuestro subconsciente después de la erección puntual que nos produce.

Tus palabras despertaban mis recuerdos que deseaba se durmieran.
Llegaste para exacerbar más mi libido, hiciste tuyos mis deseos y querías que, al menos yo, disfruta de mi amigo y te lo contara para gozarlo los dos en diferentes grados, pero era tu ilusión.

A partir de conocer tus pensamientos mi cerebro maquinaba la forma de poder estar con él, de ofrecerme para que me disfrutara y gozar yo también de su cuerpo, que pareciera natural y que las circunstancias lo favorecieran.
Tampoco me agradaba que me tomara por un puto deseoso de polla e ir oliéndole como una perra caliente.

Sabes que se hospeda en su hotel, podía haberle ofrecido mi casa cuando supe que vendría, me venció la comodidad y perdí la ocasión que se me brindaba, si lo hubiera pensado un poco en aquel momento.
¡Ah! No lo hice.

El cómo podría llegar hasta su habitación, o llevarle a mí casa, se convirtió en mi obsesión.
Decidí invitarle a cenar y lo tenía calculado, hasta preparé una nota del menú que encargaría para que me llevaran ya preparado.

Para el mediodía mis planes habían fracasado antes de comenzar a ponerlos en práctica.
Me llamó Tom, podía haberse acercado hasta mi despacho y haber visto la forma de evitar su proposición.
Tuvo que ser por teléfono y con su escueto recado.

-Hemos preparado una cena para esta noche y despedir a Robin, tenlo en cuenta.
Y colgó.

La gente es egoísta y no piensan más que en ellos, ¿por qué no podía haber sido el viernes? Porque los viernes todos quien estar libres para sus asuntos particulares, o para desplazarse a las ciudades cercanas y pasar la noche bebiendo hasta la borrachera.

Igual sabían más que yo, si Robin tenía que estar en su trabajo el lunes, era posible que marchara el viernes a última hora, pero no me lo había comunicado y sería yo quien le tendría que acompañar al aeropuerto, lo mismo que le fui a buscar a Ámsterdam.

Dejé de pensar para dedicarme a mi trabajo por el que me pagaban un sueldo.
Volví de las instalaciones de la depuradora a la hora de comer y pasé por el despacho para recogerle y llevarle a la cantina.
Teníamos un día maravilloso, con algunas nubes pero con 25 grados, inusitado en esta parte de Europa y en esta época del año.

Durante la comida no hablamos, solo escuchaba lo que habían preparado para la noche, yo no estaba dispuesto a retirarme muy tarde, al día siguiente el trabajo para mí, con mi forma de ser, era una exigencia constante.

Luego, en el despacho, me mostraba sus ideas del proyecto que no habíamos avanzado tanto.
Sacó el móvil del bolsillo y le miraba sonreír, él atento a su teléfono y yo a la pantalla del ordenador.

-Mira, ¿no está fuerte? Miraba fotos de su hijo en compañía sus padres en una playa.
Casi no lo recordaba, las últimas fotos que me enseñó había sido un año antes.
Le arrebaté el móvil de las manos y comencé a pasar las fotos.

-Es un chico precioso, estarás orgulloso de él.
No era una pregunta, porque resultaba innecesaria, se le notaba lo contento que estaba de su hijo, que a su tierna edad apuntaba las maneras y figura de su padre, con la piel más clara pero los mismos rasgos.

-Sabes que el lunes tengo que estar en mi trabajo y he pensado cerrar el vuelo para el domingo… Parecía un poco violentado y dejó de hablar con la vista fijada en una imagen del niño.

-Si tienes tiempo podríamos ir el viernes a Ámsterdam y así me enseñas con más detalle la ciudad, nos quedamos allí y el domingo cojo mi vuelo.
¡Ohh! ¿Pero qué sucedía?, resultaba inconcebible.

-¿Me estás proponiendo que pasemos un fin de semana juntos? Robin, tú estás loco, ¿qué podemos hacer nosotros dos días en Ámsterdam? ¿Qué estaba diciéndole? Si era lo que deseaba.

-Somos amigos, nos conocemos desde hace dos años aunque no hayamos estado mucho tiempo juntos, tú eres gay y yo no, yo te gusto, no lo niegues, y yo me siento bien contigo, sin hablar de que tengo que agradecerte todas las atenciones que tienes conmigo.

Tenía mi boca abierta, de forma encubierta me proponía una aventura, “yo era marica y el no pero se sentía a gusto a mi lado”.
Y mi respuesta fue rápida.

-De acuerdo, cada uno paga lo suyo.

-El hotel lo pagará la empresa, a ella le da lo mismo que este en el de aquí o en otra ciudad, los gastos están cubiertos hasta que vuelva a mi lugar de trabajo.

¡Síííííííííííííííí! Grité en mi interior.
¿Te das cuenta amigo? Tanto pensar y la fortuna me sonríe sin trabajarlo siquiera.

-De verdad que eres un chico…, un amigo… Comenzó a hablar y no terminaba la frase.
¡Ohh, se puso rojo!, un negro rojo, creo que donde se le notaba era en los labios que se volvieron más negros y el blanco de los ojos que se le pusieron rosas.

-Bueno, que me gusta estar contigo, no eres como esos putos que… ¡Hui! Perdona… No sabía dónde mirar y quise terminar con su confusión.

-Vale, se lo que sientes, trabajemos un poco, tengo que terminar unos informes para mi jefe.

Amigo.
Te habrás quedado pensando…, ¿qué? Dímelo tú, seguro que coincidimos.

La cena no estuvo mal, cuando habían tomado varias cervezas todo fue alegría, las chicas beben como algo increíble, se gastan el dinero en beber y divertirse…, ya lo sé, yo soy el rarito maricón.

Preferiría que la cena hubiera sido en aquel restaurante donde me llevó mi madre, ¿recuerdas cómo te hable de él? Donde el amable camarero me ayudó a colocarme el abrigo, adoro esos detalles de los hombres y que me traten como a un igual, ni más ni menos, aunque en este caso, al ser yo un chico, igual se pasó un poco, o no supe ver su intención.
Ya me voy del tema.

Y no sé si te conté de una vez que mis padres me llevaron para comprar un coche, aunque entonces tenía catorce años.
El vendedor era un señor de unos treinta y cinco, fíjate, y yo catorce, ya hacía tiempo que sabía mis preferencias y él resultaba un tipo guapo.
Al recibirnos, después de saludar a mis padres me ofreció la mano.
¡Qué tontería! Me enamoró ese nimio detalle.

Pero no, no puede ser así, treinta euros por una cena siempre les parece demasiado, y sin la bebida que necesitan como si fuera una droga el precio resultaba un escándalo.
Las cazuelitas que nos sirvieron estaban muy buenas, probé de varias y el bar restaurante, para mi suerte, estaba cerca de mi casa.

Me había preparado para competir con el resto de las hembras que estarían en la cena, sabía que atraer a un joven macho hetero resultaba muy difícil en competición directa con una hembra de su especie, pero hice lo que pude, me lave, me apliqué alguna crema discreta, utilicé una buena colonia, y por último me vestí de la mejor manera sin exagerar para no resultar extravagante.
Estuve un rato con ellos y cuando enfilaban hacía los tugurios del centro me despedí para irme a la cama.
Mis artimañas habían conseguido su efecto, y Robin hubiera preferido continuar a mi lado, escuchando mi voz, zalamera a veces, antes de seguir el protocolo establecido de beber sin sentido alguno.

------------------------------------------------------
Robin había reservado habitación.
Creo amigo mío, que lo tenía ya decidido de antemano y el pedírmelo fue puro formalismo.
Me olvidé de los problemas de la depuradora para centrarme en adelantar el trabajo que después seguiríamos desarrollando a distancia con los otros integrantes del proyecto.
No podía dejar de recrear mi vista mirando su fuerte cuerpo, sabiendo ya lo que escondía debajo de su traje, elegante como siempre.
Iba a pasar dos noches con este hombre que imaginaba llenas de eróticas secuencias de película.

A media mañana nos llamaron de dirección para conocer sus impresiones, o cumplir el protocolo de vigilancia del trabajo que habíamos hecho.
Marchó después de comer para liquidar su hotel y preparar la maleta, y yo casi corrí los diez minutos de tiempo que me lleva el ir desde la fábrica a casa.

Quedamos en que iríamos en tren y así me despreocupaba del coche.
Me lavé, me lavé, me lavé y relavé, no quería que hubiera sorpresas de cualquier tipo y me llevé todo mi equipo de higiene.
Me sentía nervioso, a punto de colapsar en un desmayo de damisela en su primera aventura.

Salimos tarde, muy tarde y no veía el motivo.
A la media hora pasábamos por Utrecht y en otro tiempo parecido llegábamos a Ámsterdam.
The Times Hotel se encontraba relativamente cerca de la estación de ferrocarril y en el centro de la ciudad.

Eran más de las nueve y media cuando dimos por concluida nuestra instalación, la habitación resultaba moderna pero no muy diferente a la de cualquier otro hotel.
En un restaurante cercano pudimos tener una pequeña cena por la que no sentía interés alguno.
Terminamos y salimos a la calle.

-¿Qué hacemos ahora? Mi pregunta encerraba una segunda intención: -“¿vamos a follar o no?”-.

-Si mañana queremos ver algo deberíamos ir a la cama, ¿tú qué opinas? Su respuesta también tenía su intención: –“¡venga, vamos a follar de una vez!”-.

Los dos nos sentíamos cohibidos, eso era indudable a pesar de nuestra edad y las aventuras vividas de este tipo, nos respetábamos demasiado.

La habitación era de una cama, grande pero una, pedida a propósito por mi amigo que se

No hay comentarios:

Publicar un comentario