domingo, 18 de diciembre de 2016

Con mi padrino

Un padrino nos eseña muchas cosas, al menos a veces, y el mío me enseñó que disfrutar de la sexualidad no tiene que cambiar el resto de tu vida.

Para alguien que no ha tenido muchas relaciones sexuales, recordar la primera vez me resulta bastante excitante, más cuando esa vez fue con mi padrino.
Y si ustedes lo hubieran conocido sabrían por qué.

No creo que a los seis años supiera lo que me pasaba realmente, ya que no tenía computadora no tenía el mismo acceso a la pornografía como ahora, así que aún era bastante inocente en el aspecto de la sexualidad.
Pero cada vez que estaba cerca de mi padrino sentía esa extraña y cálida incomodidad y creo que él se daba cuenta.

Mi padrino tenía bastante libertad para estar en la casa, después de todo él fue quien llevó a mis papás al hospital para que mi mamá me diera a luz cuando el auto de mi papá se descompuso (hablando de mala suerte), y él venía de una familia adinerada y educada, así que eso le daba puntos.
Aunque mi padrino no era realmente el tipo más educado del mundo.

Lo llamaré Roberto de ahora en adelante si no les molesta.
En fin, siendo el hijo pequeño de 4 hermanos me daba la oportunidad de estar solo, disfrutar de mi espacio.
Mis dos hermanas mayores trabajaban y mi hermano mayor era el “deportista”, así que era él quien pasaba tiempo con mi papá y Roberto hablando de fútbol.
No recuerdo si a esa edad ya tenía erecciones o si siquiera me masturbaba (¿puedes eyacular a esa edad?), pero sí recuerdo estar excitado, jugar con mi pene frente a un espejo era muy estimulante, y casi siempre en quien pensaba para estimularme era en Roberto.

A pesar de que nunca me gustó el fútbol realmente, cada domingo de “finales de campeonato” yo estaba en la sala, sentado un tanto lejos del ruido, pero estaba ahí.
¿Por qué? Porque Roberto siempre usaba el uniforme de su equipo esos domingos y eso me daba la oportunidad de ver (lo más disimuladoramente que podía) sus piernas y todo lo que esa pantaloneta no cubría.

Roberto medía 1.70 más o menos, era un poco más alto que mi papá, y sin duda era más fornido.
Él era el tipo de hombre que tenía músculo, pero que no era “marcado”, ¿si me entienden?, él era robusto y pesado como un árbol, y su masa corporal estaba en los lugares correctos.
Más adelante engordó un poco por la cerveza, pero siempre mantuvo su postura fuerte que tanto me había fascinado de niño.

Casi nunca se dejaba la barba y si se la dejaba la mantenía corta y un poco desarreglada.
Recuerdo cómo el vello de sus brazos iba subiendo ligeramente hasta sus hombros, y veces podía ver el arbusto de vello en su pecho cuando pasaba cerca o cuando él se acercaba.
Lo cual hacía mucho a veces.

Pero lo que más me gustaba eran sus gruesas y peludas piernas.
No peludas en exceso como un animal, no, con la adecuada cantidad de vello.
Sus pies eran grandes y sus pantorrillas marcadas, y ¡oh sus muslos! Yo podía juntar mis dos brazos y aun así no eran tan gruesos como sus muslos.
Cuando él se sentaba junto a mí para platicar (porque a él le gustaba platicar, por cierto) siempre ponía un brazo sobre el respaldo del sillón detrás de mí.
Siempre podía oler su loción, y eso me ponía más nervioso.

Yo no era el niño más platicador de la casa, y mis respuestas siempre eran “Sí”, “No”, “Um, creo”, con una incómoda risa.
Pero Roberto siempre parecía interesado.
Y después de lo que pasó puedo ver por qué.
Lo que es la inocencia de los niños, ¿eh?

Para no alargar más la historia, les diré cómo pasó todo.
Yo tenía 8 años.

Un día había peleado con mis papás, por lo que estaba encerrado en mi cuarto todo enojado y frustrado.
No almorcé porque no quería hablarles a pesar de que tenía hambre, así que sólo estuve en mi cuarto mientras en la sala Roberto veía otro partido con mi papá (no crean que él se la pasaba ahí todos los días, a veces no llegaba en semanas y eso me resultaba molesto).
En fin, en la tarde to seguía en mi cuarto y estaba ordenando mis cartas de Yu Gi Oh!, cuando alguien tocó la puerta.

Era Roberto.

Abrió la puerta lentamente y lo primero que vi fue su pantaloneta blanca.
Podía notar el bóxer debajo de ella y su playera estaba algo levantada por lo que podía ver a penas la línea de vello que subía a su ombligo.
Creo que esa fue la primera erección fuerte que tuve.

Roberto entró y me preguntó que por qué estaba enojado, yo le respondí a penas y seguí quieto en mi cama.
Me preguntó si iba a comer del pastel que mis papás habían ido a comprar y negué con la cabeza.

Se acercó y se sentó en la cama, al lado mío.
Ahí fue cuando sentí el aroma a cerveza en su aliento.
No que estuviera ebrio, pero ya saben lo que el alcohol (a veces un poco siquiera) le hace a la gente.
Y por esa vez se lo agradezco.

La conversación trató sobre las cartas de monstruos que tenía en la cama, que cómo se jugaban, etc.
, etc.
Y cada vez más sentía cómo él se acercaba.
Cuando puso una de sus largas piernas sobre la cama para acomodarse sentí que me iba a “venir” sólo así.
Había estado sentado incómodamente desde entonces para ocultar mi erección.
Roberto se estiró manteniendo una pierna en la cama y se acostó poniendo los brazos detrás de su cabeza.
El bulto en su entrepierna era notable.

“¿Y ya te masturbás?” fue lo que me dijo de repente.
Eso no se olvida.
Me lo dijo casi como un susurro, pero con completa confianza, como si fuéramos adultos hablando de coger putas.
No respondí.

El rio y dijo: “Dame espacio, me quiero acomodar un poco más, así platicamos”.
Me hice a un lado y el subió la otra pierna.
Sí, tenía una erección.

“Pues si”, dijo y tartamudeando le dije: “P…pues, me gusta…m-me gusta tocarme”.
Estaba rojo de la vergüenza y sentía un terrible nudo en la garganta.
Tal vez me habría podido ir, pero tenerlo a él ahí en mi cama con una clara erección era hipnotizante.
Ahí fue cuando él me dijo: “Acostáte”.

Me quedé quieto sin saber qué hacer.
Entonces él puso su grande y pesada mano sobre mi hombro y me jaló hacia atrás suavemente.
Yo me acostó y mi cara quedó tan cerca de la suya que podía sentir su cálido aliento.
Él notó mi erección y rio, no en burla, sino en goce o algo así.

“¿Ya te han enseñado sobre sexo en la escuela?”, me preguntó pegándose a mí, nuestras caderas juntas.
“Um, más o menos”.

“Si no le decís nada a tus papás, te puedo enseñar un poco”.
Estiró su brazo y me pellizco la mejilla.
Su sonrisa era cálida.
“Si querés, claro, esto no es nada malo”.
Me dijo y sonrió y eso fue lo que me soltó.

Se levantó y cerró la puerta.
Estando parado (parado en ambos sentidos) frente a mí, se quitó la playera y yo me puse más rojo y duro de lo que ya estaba.
Su pecho era ancho y tonificado y se podía ver en su abdomen que alguna vez había tenido “cuadros”.
Sus pezones estaban erectos y una capa de vello negro y un tanto rizado subía desde su entrepierna hasta su pecho.
Sus brazos eran gruesos y las venas se le marcaban cuando flexionaba.
Ahí se bajó la pantaloneta.

Es difícil continuar, lo que quiero hacer ahora es masturbarme, pero si me vengo puede que ya no termine la historia.
Así que sepan que mientras relato esto, mi pene está chorreando con líquido pre-seminal y mis manos tiemblan un poco.

Era increíble pensar que mi padrino estaba en mi cuarto con nada más que un bóxer blanco, el cual le quedaba exquisitamente pegado, y con una mirada lasciva pero no vulgar.
Tenía los ojos de alguien que quiere tener sexo pero que sigue teniendo la cordura para no abusar.
Se acercó en su bóxer y me quitó la pantaloneta con todo y calzoncillo.
Mi pene estaba parado y palpitaba, eso era nuevo para mí.
“No hay mucho tiempo”, me dijo y caminó al frente de la cama.

Me estiró las piernas a los lados y se bajó el bóxer.
Su pene era hermoso si se puede decir eso, ya saben, el tipo de pene que está bien formado.
No era grande como el de una estrella porno, pero no era pequeño como el mío, era un pene que complacería a cualquiera si se usaba bien.
Y si ustedes hubieran conocido a Roberto, sabrían que él podía.

Me quedé boquiabierto mirando esa verga con cabeza rosada y grande y cómo una gota de algo transparente caía lentamente hasta caer en mi cama.
Roberto empezó a subirse a la cama y los resortes chillaban ante su peso, yo me hundía y él se acercaba cuidadosamente.
Él estaba sobre mí y me besó.
Eso es algo que me hace venirme casi de inmediato, su beso.
No un beso tierno, no un beso de lengua.

Su barba me raspaba un poco, pero esa lengua en mi boca era lo mejor que podía pasarme en ese momento.
Yo temblaba y apenas me movía, pero él estaba ahí, con todo su cuerpo y peso sobre mí.
Su verga se frotaba y sentía ese líquido en mi muslo.

Se estiró y tomó un frasco de crema para el sol que yo tenía en la mesa al lado de mi cama.
“Esto servirá”, dijo con voz agitada y sonriendo, ¡Oh, ¡cómo me excitaba su sonrisa pícara pero amable! Sacó un buen poco y me lo empezó a untar en el ano.
Sus dedos me acariciaban y se metían poco a poco, yo cerraba los ojos y suspiraba.
“Sólo un poco”, me dijo y yo no entendí muy bien hasta que me levantó las piernas y empezó a meter su verga (cabeza al menos) en mi ano.
Yo estiré los brazos y me aferré a la cama.
Me dolía, pero quería que él siguiera.

Él gemía y se mordía los labios.
Había empezado a sudar y el vello de su pecho se le pegaba a la piel.
Un baño con él me había dado un infarto supongo.

Un gemido se me salió y él soltó una risa nerviosa.
Creo que la embriaguez se le había pasado y tal vez se sentía avergonzado de estar cogiendo a su ahijado, pero ¡Bah!, su pene no parecía quejarse mientras entraba y salía de mi culo.
No me la metió toda, creo que eso me habría hecho llorar, pero su cabeza grande era bastante para abrirme y para que ambos nos estimuláramos.
De grande pienso que ojalá se hubiera venido dentro de mí, pero luego recuerdo el sabor de su semen y se me pasa.

Empezó a medio cogerme más y más rápido y la cama se movía, escuché un pedazo de madera rompiéndose y me asusté, pero esa verga habría valido una cama rota.
No duró mucho pues mis padres podrían llegar en cualquier momento, así que después de dejarme el culo un poco abierto por primera vez, él se acostó a mi lado y empezó a masturbarse con los ojos cerrados.

Su cara estaba sudando y su gran pecho subía y bajaba agitado.
Examiné todo su cuerpo desnudo y me fascinó ver esas gruesas piernas estiradas retorciéndose ante el inminente orgasmo.

Empezó a soltar gemidos “¡Uh, aaah, aaagh, MMmaaah! Y arqueándose se vino sobre su abdomen.

1 comentario:

  1. Uuuuuuuuufffffffffff estupendamente súper sensacional y maravilloso realmente es formidable eres totalmente super afortunado , en hora buena campeón hermosa historia.

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